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Después del Muro, el dilema de Berlín

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Berlín crece hacia arriba, allí donde antes hubiera estado el muro, dividiendo en algunos lugares aún a la ciudad. A lo largo de la East Side Gallery se planean proyectos inmobiliarios que destruyen los lugares alternativos y de culto; la tierra de nadie, que se aprovechó para crear huertos urbanos, ecoviviendas, asentamientos de caravanas y de tiendas de campaña. El corazón de Berlín se debate entre el recuerdo y la modernidad, la nostalgia y el progreso.
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El ruido es constante. Todos los días, los turistas tienen que ver como enormes moles de hormigón y cristal ascienden desde el suelo. Estas decadentes obras se hayan a tan solo escasos metros de uno de los testigos más célebres y conocidos de la historia de Alemania: los 1300 metros de muro de Berlin cubiertos con variopintos grafitis de artistas de alrededor del mundo. El tramo más largo que se conserva del muro serpentea a orillas del río Spree. Y aunque parezca inverosímil es justo aquí, donde se está construyendo el futuro “Las Vegas” de Berlín. Entre los distritos de Friedrichdsheim y Kreuzberg ya se han empezado ya a construir pabellones para eventos, centros comerciales y hoteles de lujo; justo allí, dónde la tierra era de nadie, pero de todos.

Todo empezó hace treinta años.
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El 9 de noviembre de 1989, la ciudad de Berlín, hasta entonces partida en los sectores Este y Oeste, se liberó de sus más de 155 kilómetros de muros, torres de vigilancia y puntos de control. Una vez liberado el Este, los inversores y las constructoras reconocieron en él una enorme mina de oro, donde en realidad sólo había cicatrices.

“En la década de los 90, la ciudad estaba sin un céntimo”, relata Niko Rollmann, historiador que lleva más de 20 años viviendo en Berlín. “La economía se había hundido y la ciudad hizo todo lo posible para atraer capital de fuera.”

Con los nuevos proyectos está previsto devolver la deuda de alrededor de 60 000 millones que tiene la ciudad. Uno de estos proyectos es la enorme zona de obras a orillas del Spree. Inversores y planificadores urbanísticos lo decidieron llamar Mediaspree para atraer a demás participantes. Como el propio nombre indica, la idea es que estas 180 hectáreas se dediquen a medios audiovisuales, comunicación, nuevas tecnologías y servicios. Tras la presentación en el senado de la ciudad en el año 2002, el proyecto emprendió su marcha y se convirtió en un elemento fijo en plan urbanístico y de edificaciones de la ciudad.

El multimillonario estadounidense Philip Anschutz compró la mayoría de parcelas junto a la East Side Gallery. Sus terrenos conforman hoy en día compendio de lujo: el gigantesco estadio Mercedes-Benz y una de las torres más altas de Berlín, que se construirá junto al East Side Mall, un gigantesco centro comercial, que abrió sus puertas en otoño de 2018. El centro comercial, muy accesible al tráfico urbano al hallarse enfrente de la estación de Warschauer Straße, pretende convertirse en el centro de este nuevo barrio de negocios, joven y dinámico y ahora muy cotizado internacionalmente.
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Susanne Wittkopf es asistente de gestión de proyecto en Freo Group, empresa constructora del East Side Mall.
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Según Susanne, los habitantes de los barrios colindantes están contentos con el centro comercial. “Llevamos a cabo campañas promocionales en el vecindario, y las reacciones fueron positivas en su mayor parte”, explica la asistente del proyecto.

Hoy el término Mediaspree se emplea cada vez menos para hablar de las edificaciones a orillas del Spree. El proyecto y la controversia que provocó al principio parecen cosa del pasado. “He oído que aquí hubo muchas protestas contra Mediaspree, pero ahora está todo completamente tranquilo”, zanja Susanne.

A principio de la década de 2000, hubo vecinos que se unieron para intentar que se escuchara su enfado por la privatización de superficies públicas y por una manera de edificar que solo   beneficiaba a los inversores. Tanto más cuanto que hubo miembros del Senado que ingresaron subvenciones millonarias en concepto de la denominada “ayuda inicial”. La asociación más conocida es Mediaspree Versenken (“Hundir Mediaspree”).
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En 2008 un referéndum local impulsado por la asociación Mediaspree Versenken, los contrarios al proyecto ganaron con el 87 por ciento de los votos. Una victoria simbólica, pues el referéndum no era vinculante; las grandes edificaciones siguieron construyéndose y seguirán construyéndose.

Por lo tanto, se echó abajo el Muro en varias partes y se privatizó la orilla, como por ejemplo en 2013 para construir viviendas de lujo.

“Las posibilidades son limitadas”, reconoce Niko Rollmann, que se implica personalmente también en las acciones de Mediaspree Versenken. “Existen leyes nacionales a las que los gobiernos locales no pueden oponerse. También es verdad que a las autoridades les ha hecho falta mucho tiempo hasta que entendieron qué estaba pasando. Los proyectos de Mediaspree han podido extenderse como un tumor. No se escuchó a la población del lugar en que aquello estaba pasando.”
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Entretanto, algunos vecinos se han dejado amedrentar por esos edificios que se alzan hacia el cielo. Pero otros siguen luchando de distintas maneras. Oculto por el hormigón y las grúas, otro Berlín se afana en sobrevivir, un Berlín libre y artístico, empujado a los márgenes.

Cuando el muro cayó en 1989, superficies desocupadas y antiguas fábricas abandonadas pasaron a ser aprovechadas por artistas, punks y amantes de la escena electrónica. En aquel momento, la ciudad atraía a gente alternativa de todo el mundo, interesada en un estilo alternativo, creativo y asequible.

Aparecieron espacios habitacionales de nuevo cuño: fue la época dorada de las ocupaciones de edificios, las cabañas y las autocaravanas en la antigua tierra de nadie. Hoy, a modo de últimos bastiones en una ciudad que está en transformación, quedan aún unos pocos asentamientos en ambas orillas del Spree y en otros lugares por los que pasaba el Muro.
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En el distrito Alt-Treptow, en una de estas parcelas indefinibles, donde no había más que polvo y no crecía nada, unas cuantas personas aparcaron en 1991 su caravana. Así nació el Lohmühle. “La verdad es que nadie ha vuelto a preocuparse por el suelo”, relata Zosca, uno de los pioneros del lugar. Al principio, el asentamiento se enfrentó a las mismas dificultades de tantos edificios ocupados berlineses, que no sabían gobernarse a sí mismos. “Había violencia, problemas con el alcohol y las drogas. Así que –rememora Zosca– hicimos una asamblea y pusimos reglas.” Desde entonces se tolera allí a un máximo de 20 personas. Hay una sala comunitaria, abierta a todo el mundo, pero las áreas de vivienda son estrictamente privadas y están resguardadas con verjas. La energía la sacan del sol; el agua lo almacenan en grandes bidones.

La finca es propiedad de la ciudad, pero, por el momento, sus habitantes tienen un contrato prorrogable cada cinco años que les permite vivir allí. “El contrato actual rige hasta 2021. Pero nos preocupa mucho que a partir de ahí nos echen”, reconoce Zosca. "El caso es que vemos cómo están construyendo nuevas zonas por todas partes y sabemos que la ciudad tiene planes para nuestro terreno, que es edificable.”
Todos recuerdan las evacuaciones de otras áreas ocupadas, como el asentamiento de Cuvry, que Niko Rollmann estudió de cerca. A diferencia de Lohmühle, en el que un pequeño comité se ocupa de la organización, aquello, según Niko, era un “territorio” salvaje” fundado en 2011 en un terreno, que era propiedad privada. . Allí vivían personas sin hogar, ilegales, artistas, extranjeros, refugiados… Una mezcla de lo más abigarrado y, a veces, problemática. Tras un incendio, en 2014 se procedió a evacuar el asentamiento y sus habitantes no pudieron regresar nunca.
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Flieger, fundador del Cuvry, se mudó y empezó en 2012 otra ocupación original: Teepeeland, el “País-Tipi”. Hoy viven allí 15 personas de distintas nacionalidades en tipis confeccionados solo con materiales reciclados. La comunidad, situada en un camino de paseo a orillas del Spree, aprendió de los problemas del asentamiento de Cuvry, por lo cual también se ha impuesto a sí misma reglas de convivencia: nunca más de dos personas de la misma nacionalidad, para prevenir la formación de grupitos; no se hace ruido después de medianoche; prohibidas las drogas…

Para que les dejen seguir en esta finca propiedad de la ciudad, los habitantes de Teepeeland tienen que asistir con frecuencia a reuniones políticas para hacerse escuchar. Micha, que lleva viviendo allí cinco años, asumió esa difícil tarea: “Somos apolíticos, pero una vez al mes tengo que reunirme con la concejalía, también con los Verdes y Die Linke. Ahora, Mitte, nuestro distrito, está gobernado por los Verdes, eso nos viene bien.”
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Micha nos enseña Teepeeland.
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Los vecinos más próximos al Teepeeland viven repartidos en tres grandes edificios de viviendas con espacios de uso privado y comunitario y grandes terrazas con vistas al Spree, pero no ensombrecen la zona de los tipis. Al contrario: la gente aquí se ayuda mutuamente. Spreefeld es un proyecto comunitario de vivienda que comenzó hace 10 años. La electricidad proviene de células solares instaladas en los tejados; una parte la recibe Teepeland. Otra parte de la energía se obtiene de la tierra. Delante de las casas no se ven automóviles, sino solamente bicicletas. “Spreefeld es una respuesta directa a Mediaspree”, explica Michael Lafond, urbanista fundador del proyecto. “Las autoridades animaron a grandes empresas a privatizar las orillas del río. Entonces nos preguntamos: ¿qué alternativas habría?”

A los habitantes se les ofreció que comprasen a la ciudad las parcelas y fundasen una cooperativa. “Berlín era entonces todavía totalmente distinto. Hoy proyectos así –añade– resultarían imposibles, el suelo se ha vuelto demasiado caro”.
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Al ser una capital de moda y multicultural, Berlín atrae a inversores al igual que a personas de todo el mundo que quieren vivir allí. La cifra de habitantes lleva 10 años creciendo en 50.000 personas al año.

Al mismo tiempo, Berlín nunca ha dejado de ser una ciudad de inquilinos. Más del 80 por ciento de las viviendas de la ciudad están alquiladas. “La gente que se está mudando aquí tiene sueldos altos y mayor capacidad de compra. Pero, con ello, también quienes llevan viviendo aquí mucho tiempo se ven obligados a pagar alquileres más altos, que no se pueden permitir. Es la espiral de la gentrificación”, explica preocupado Niko Rollmann. Y con bastante razón, pues desde 2004 los precios de la capital han subido un 120 por ciento.

En 2015, el gobierno introdujo una medida para  reconducir las subidas del alquiler, el denominado Mietpreisbremse (freno del precio del alquiler), que afecta a aglomeraciones urbanas como Berlín en las que la lucha por el mercado es especialmente dura. Pero, en la práctica, la aplicación de la ley, cuya entrada en vigor está sujeta a condiciones muy determinadas, nunca deja de plantear problemas, sin contentar ni a inquilinos ni a propietarios.

En abril de 2018, más de 250 asociaciones convocaron una protesta, en la que entre 10.000 y 25.000 berlineses se manifestaron contra la inquietante explosión de los precios. En las pancartas, los vecinos daban rienda suelta a su enfado: “Los inquilinos no son limones”, o también “¡Casas para personas en vez de propiedades para la rentabilidad!”

Y el establecimiento de sedes de grandes empresas hace que también suban los precios de otros productos y servicios, por ejemplo una comida en un restaurante. “Estuve hablando con un activista –cuenta Niko– acerca de cómo cambia los distritos la llegada de empresas como Google o Zalando, y me dijo que se habría logrado lo mismo tirando una bomba sobre el barrio.”

Hoy, el promedio de alquiler en Berlín se encuentra entre 9 y 10 euros por metro cuadrado. Con ello, la ciudad sigue estando barata en comparación con otras grandes capitales europeas como París (promedio 25 euros por metro cuadrado) o Londres.
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¿Acabará Berlín asemejándose a las demás capitales europeas? Para Michael, de Spreefeld, es inevitable, pero al vecindario berlinés le queda aún una oportunidad de encauzar la gentrificación.
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En su página web, el futuro centro comercial East Side Mall se presenta como un punto de encuentro intergeneracional para los distintos distritos berlineses. Allí leemos: “El este reunido con el oeste, los jóvenes con los mayores, el pasado con el futuro (lo ilustra una foto del Muro de Berlín), Kreuzberg con Mitte con Friedrichshain” y “todo reunido con todo” delante de una foto de lo que será el East Side Mall. El mensaje está claro: aquí va a juntarse todo el mundo.
 
Si preguntamos a los habitantes de los asentamientos alternativos, cuentan que los inversores están utilizando con fines publicitarios la imagen de creatividad que caracteriza a Berlín, pero que son ellos mismos quienes destruyen el alma de la ciudad. Según Micha, de Teepeeland, “la mezcla multicolor y la creatividad forman parte de la cultura berlinesa”. Por ello quieren seguir organizando eventos gratuitos financiados con donativos. Los sábados, por ejemplo, hay jam session. “Se junta para hacer música gente de todos los niveles. Músicos callejeros con músicos de la Filarmónica”, declara entusiasmado.
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“Lo que está pasando allí es un experimento social y político, es buscar e inventar nuevas formas colectivas de organización y convivencia y una relación con el entorno distinta, una manera distinta de habitar y usar el mundo”, escribía el periodista Stéphane Foucart en Le Monde en abril de 2018. Se refería con ello a la ZAD (zone à défendre) de la localidad francesa de Notre-Dame-des-Landes, desalojada en bastante medida mediante violencia policial. Pero perfectamente podría haberse referido a Teepeeland o al Lohmühle. En mayo, por lo demás, la Köpi, otro proyecto autónomo de vivienda cerca del antiguo Muro, colgó un gran letrero: “Solidaridad con la Zad”. “Lo experimental ha estado siempre ahí, desde el principio –confirma Niko Rollmann–, sobre todo en lo relativo a una manera de habitar ecológica.”

De cara a un periodo menor de 30 años, Berlín se ha impuesto una gran tarea: combatir el paro y superar la crisis económica. La capital europea de las empresas emergentes es hoy el modelo de una ciudad creativa que atrae a los empresarios. Pero desde ambos lados de lo que fue la tierra de nadie parece estarse construyendo un nuevo muro, un muro entre dos mundos incapaces de dialogar entre sí ni de convivir. Berlín, esa ciudad cool, cultural, alternativa. La fama sigue viva. Pero sin los que la mantienen en pie, podría convertirse pronto en nada más que un mito.
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Concepto y realización:
Marine Leduc & Constance Bénard

Redacción:
Stephanie Hesse

Traducción y subtítulos:
Marion Herbert

© 2018 Goethe-Institut Frankreich

Esta obra se publica bajo licencia Creative Commons Atribución -  NoComercial - SinDerivadas 3.0 Alemania.
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